El título La Sangre y la Esperanza está en directa relación con los motivos centrales de la obra, que sitúan a los personajes dentro de un mundo narrativo marcado por el determinismo social de la clase obrera (a la que ellos pertenecen) y cierto descontento latente ante dicha condición funesta.
El motivo de la sangre tiñe el clima desgarrador y patético en que se mueven los personajes centrales y, fundamentalmente, en cuanto a lo que le toca experimentar al protagonista Enrique Quilodrán, quien es expuesto a múltiples imágenes perturbadoras y sangrientas acontecidas eventualmente en su existencia cotidiana (recordemos por ejemplo la trágica muerte de su amigo Zorobabel, la posterior violación de su hermana Ángela, la muerte de un compañero de curso, el nacimiento y muerte de su hermana, la enfermedad de su padre, etc), todas ellas centradas en la violencia, el dolor, el miedo. Tales imágenes representan el espacio degradante e incluso sórdido con el que deben convivir los distintos personajes de la esfera social proletaria, y cómo esa realidad va modificando y determinando los destinos de ciertos individuos involucrados (con la muerte del padre de Zorobabel toda su familia cae progresivamente en la ruina; Sergio Llanos, cuya madre es dueña de un prostíbulo, contrae una enfermedad sexual, mata a la prostituta que lo contagió y posteriormente se suicida; la violación de Antonieta, luego el infeliz matrimonio con un hombre que la golpea). Sin embargo, hay que hacer notar que los individuos que sucumben bajo el peso del determinismo social, justamente pertenecen a familias disfuncionales o incompletas, mientras que la familia del protagonista a pesar de las adversidades, a pesar de la fatalidad, logra continuar unida en el esfuerzo cotidiano. Pero la sangre también constituye el impulso necesario para transitar hasta el segundo motivo importante: la esperanza.
La sangre, conjunta al dolor y al miedo, se proyecta en el esfuerzo diario por subsistir ante la cruda realidad de la familia de un tranviario, quien, a su vez, lucha por mejorar las condiciones laborales individuales y colectivas (es un militante acérrimo del Consejo de los Trabajadores Tranviarios) participando activamente en protestas, huelgas obreras, etc. Sin embargo, el nivel de degradación se inmiscuye incluso en ese nivel de camaradería (el robo de los fondos del Consejo por parte del tesorero), es decir, factores externos adversos son capaces de corromper incluso aquellos valores más profundos presentes en el individuo, quien se transforma en traidor, violador, incluso un asesino.
Esta visión fatalista de la realidad es superada por la voluntad de vivir. El motivo de la sangre, si bien no concluye, culmina con la enfermedad del padre y la noticia de que no podrá continuar trabajando, ante este nuevo golpe para la familia (último recuerdo de infancia del protagonista) Enrique decide actuar, debe hacerlo (además hereda la condición de hombre de la casa en su familia), obtiene su primer empleo y, a partir de esto, es considerado hombre, no tan solo para su familia al representar la esperanza del sustento, sino también, y fundamentalmente, para él mismo. Esto lo observamos en sus conclusiones finales ante el recuerdo de ese momento:
“No había otoño en aquel momento. El aire estaba lleno de rumores. Como agua. Como río. Oloroso a sangre reconfortante de eucalipto. El mediodía lucía el pecho robustamente azul de un cielo puro, sin nubes, sin brumas.
(...)Pero mi vida la sentí, de pronto, sujeta solamente a mis manos y a mi corazón. No ya los temores. No ya nada que no fuera esa fuerza grandiosa de hierro chorreando fuego, vida y estrellas en los moldes del trabajo.”[1]
La sangre ha sido superada, pero tal motivo lejos de ser renegado, consolida la satisfacción del momento presente, la esperanza ha sido instalada desde el momento en que comienza su vida laboral y se despliega a lo largo del tiempo cronológico que transcurre (fuera del tiempo narrado) para lograr la distancia entre el niño del pasado, y quien recuerda desde un presente al finalizar la novela.
Por lo tanto, los lineamientos fundamentales, de algún modo, son reconciliados en la idea de superación individual: el valor del trabajo, que permite al hombre alcanzar el nivel de la dignidad humana y superar el determinismo degradante de la clase proletaria expuesta.
[1] Guzmán, Nicomedes La Sangre y la Esperanza. Ed. Olimpo, Santiago de Chile, 2003. P. 277