30 julio, 2007

De Miedo y Memoria



De Miedo y Memoria
(Aproximación a Ciertas Inscripciones Discursivas en Chile):

Términos como “Generación Novísima” o explícitamente “Generación del Golpe” logran aproximarse de modo sustancial a las características que agrupan a distintos novelistas y escritores emergentes, cuyo repertorio escritural se instala en el periodo que abarca entre los años 1973 y 1989 en Chile, fundamentalmente.
Los escritores de la época, asisten al fin de las grandes utopías modernas (años 60 aproximadamente) y se enfrentan al fracaso de proyectos democratizadores en Latinoamérica y particularmente en Chile, siendo a su vez (re)contextualizados por la violencia y frustración que se emplaza posterior al derrocamiento de dicho proyecto, junto a la usurpación del Gobierno chileno a manos de las fuerzas militares, y el consiguiente establecimiento de un régimen autoritario fascista.
Este grupo de escritores se distingue en dos vertientes principales: por un lado están los que escriben, posteriormente al golpe militar, desde el mismo Chile, y, por otro lado, están los que publican sus textos desde el exilio. Estos últimos constituyen sin duda la crítica más ácida y explicita al régimen, debido a razones que bien podrían parecer obvias pero que, sin embargo, no estará de más referirlas acá: por la distancia territorial y política con la que observan el fenómeno acontecido en el país, se autorizan para denunciar, pues incluso tales declaraciones, sobre lo acontecido en Chile, abren un espacio de recepción en ciertos ámbitos internacionales.
La situación de violencia y de disolución (y desilusión) del sueño colectivo, trajo consigo implicancias en la población chilena, las cuales acarrean sus consecuencias incluso hasta nuestros días; entre ellas, cabe mencionar una de las más importantes a nivel de relaciones humanas: la desestabilización de la idea de sociedad, de comunidad, a un brusco cambio centralizado en el individualismo y el “miedo al otro” imperante. Si extrapolamos un poco lo sucedido entonces y lo que sucede actualmente, nos encontramos con que, esta condición individualista, a su vez solo reitera y sustenta cierto afán egoísta y competitivo impulsado también por el modelo capitalista o neoliberalista imperante, lo que deviene en la gran crisis colectiva y comunitaria a la cual asistimos hoy.
A partir de los años mencionados, y con el desgaste y disgregación paulatina de la noción esencial de colectividad, ronda como un espectro maléfico el gran fantasma del miedo (actor y herramienta fundamental del accionar del régimen), instalándose como tal (como fantasma) en todo lugar existente, inclusive en los menos esperados: se apodera de las sombras, de los espacios abiertos, emerge al interior de los círculos que alguna vez pudieron parecer impenetrables, al interior de la familias, en los trabajos, en las poblaciones, entre los vecinos más cercanos; es “él” en cuanto llega a personificarse, quien manipula los distintos registros, modera los diálogos, rige los negocios, modula los discursos, templa hasta los movimientos más íntimos en todo tipo de relaciones interpersonales.
Es más, lo anterior basta solo observarlo en lo que sucedió con muchos de “nosotros los de ahora”: nacimos en dictadura, abrimos los ojos al mundo a través del miedo, por lo tanto, unos de nuestros prismas primordiales ha sido justamente ese enfermizo miedo. Y es así como nos paramos ante la vida, ante el mundo y ante la lectura, porqué no decirlo: todo accionar que vaya más allá de nosotros mismos nos aterra, nos paraliza, lo mismo ocurre en el enfrentamiento con la literatura, esta nos paraliza en su postura radical de orden y autoridad “autorizada”.
Pero volvamos a los escritores.
¿Qué ocurrió con las inscripciones que se propusieron “al margen”?, ¿qué ocurrió con aquellos discursos que emergieron expulsando el terrorífico miedo paralizante, autorizándose a sí mismos y erigiéndose en el “fuera de”? Pues bien, muchas de ellas constituyen lo que hoy podríamos llamar la historia no-oficial, que increpa a la historia erigida como “histórica” oficial (valga la redundancia).
En diferentes producciones de la época (no diremos “publicaciones” ya que muchos de los textos no llegaron a ser publicados sino hasta muchos años más tarde) podemos “recapturar[1]” ese cierto espíritu violento, manipulador del imaginario colectivo, a raíz de lo que significaron, para muchos, los años terroríficos posteriores al Golpe militar y la dictadura pinochetista. Para nosotros, lectores chilenos, tales referencias son directas y multiplican su nivel de afectación, básicamente, debido a lo mencionado antes que, como generación, crecimos bajo el influjo de la desconfianza y el miedo heredado de nuestros padres.
Pues bien, a continuación, intentaremos centrarnos en el reconocimiento de ciertas características esenciales de este tipo de discurso, principalmente nos abocaremos a observar, por constituir un género propio de la época, la fructífera vertiente del testimonio, para, posteriormente, extrapolar dichas observaciones a un ámbito cultural más amplio a nivel de discurso, como son las políticas culturales y ciertas inscripciones simbólicas proliferantes en los últimos años, que intentan aludir básicamente a la “memoria colectiva chilena”.
El estudio de los discursos testimoniales en Chile, constituye un área más bien reciente, y en este sentido actual. Ya que incluso aún en los últimos años se sigue asistiendo al florecimiento de discursos testimoniales, la gran mayoría de ellos, con características de tipo forense[2], es decir, que son explícita o implícitamente dirigidos a un público, quien es persuadido a juzgar los hechos relatados, hechos que a su vez pertenecen a un tiempo anterior al del enunciado.
Sin embargo, tales investigaciones han surgido, mayoritariamente, desde espacios académicos y políticos, principalmente centrados en las ciencias sociales (sociología, antropología), mientras que, desde el área literaria, al parecer, las investigaciones han sido más bien escasas, lo que podría entenderse por el problema inicial que se presenta al aproximarse a este tipo de discursos.
La novela testimonial surge a partir de fenómenos históricos que desencadenan cierta necesidad de registro, que encuentra, entre distintas posibilidades, adecuada manifestación y asentamiento en la escritura.
En tanto literatura, constituye un género conflictivo en el sentido en que escapa a tipologías tradicionales bien delimitadas: emerge de la fisura entre fantasía e historia, para constituirse, en tanto discurso, en la ficción. Sin embargo, su carácter ficcional resulta problemático por el hecho de estar fuertemente sustentado en una matriz de sentido que acontece en la realidad histórica.
En cuanto a su raíz testimonial, pretende dar cuenta de un estado de cosas que desde una visión particular representa a toda una colectividad, de la cual, a través de su enunciado, busca ser portavoz capaz de denunciar las condiciones detonadas por el factor histórico antes mencionado.
Como se mencionó anteriormente, en Chile, la proliferación de la novela testimonial surge, principalmente, a partir de los hechos históricos del Golpe y la Dictadura Militar acontecidos desde septiembre de 1973. Ante la violencia y las cuantiosas violaciones a los derechos humanos en la época, surgen, desde los más diversos ámbitos, el testimonio, la novela testimonial, el testimonio novelado, por nombrar algunos de los intentos por clasificar y caracterizar los distintos registros.
Los emisores de dichos discursos son también variados. No se trata solo de escritores especializados, sino también, la gran mayoría de los textos son producidos por autores anónimos, obreros, dueñas de casa, etc. Es decir, personas no necesariamente ligadas al mundo artístico o literario, sino más bien, muchas de ellas, cuyas vidas fueron trastocadas de tal forma por el fenómeno histórico que se enfrentan por primera vez a la necesidad de inscribir “su” propio registro en la historia. Estos estremecedores relatos, conforman aquel corpus escritural no admitido en el canon (habitan el espacio de lo no oficial), por emerger justamente desde cierto lugar de impropiedad, como se mencionó anteriormente, lugar de desautorización, en tanto surge al margen de la autoridad y lo autorizado.
Aunque la gran mayoría de los intentos apuntan a “revivir[3]” lo acontecido, a denunciar para terminar con la impunidad de los hechos y sus actores, se interpone un necesario distanciamiento entre “la obra” y el suceso que intenta nombrar.
Por su naturaleza discursiva, como todo registro mnemónico, el testimonio constituye una distorsión del acontecimiento, en cuanto a que el “aquí y ahora” que caracteriza al suceder, en la inscripción desaparece. El acto se distancia del acontecimiento relatado, pues al devenir relato adopta las “deformaciones” propias del discurso (linealidad, fijación en la secuencia causa-efecto, verbalización, etc.), y en sí constata la irrecuperabilidad[4] de la realización que pretende mentar.
Es decir que, la inscripción del acontecimiento histórico en el lenguaje y, fundamentalmente en la escritura, se constituye en la imposibilidad de nombrar en sí mismo dicho acontecer, pues, esencialmente un algo primordial de ese acontecimiento se niega a ser representado, y solo se permite acercar al receptor o lector a tal noción de imposibilidad a través de la inclusión de ciertos intersticios sugerentes (espacios vaciados de sentido y, por lo tanto, potencialmente generadores de sentido), en ciertos matices implícitos, ciertos vuelcos del lenguaje que pretenden llegar al lugar de la realización, pero que, en tanto lenguaje, siempre llegarán “retrasados” a la aprehensión de la cosa misma[5].
Lo anterior tendría directa relación con ciertas operaciones culturales “rememorativas” que solo constatarían la “borradura” de dicha experiencia, la huella de su ausencia.
Pensemos, por ejemplo, en los llamados “memoriales” que actualmente se presentan con supuestos rasgos de reivindicación, y se erigen con una función central: el recurrente y manoseado término “para no olvidar”, lo que podríamos homologar con un intento por recordar y traer a “presencia” aquello vigente en un pasado perdido (como todo pasado), sin embargo, tal intento de presentación y aparecimiento del suceso o la persona[6] en sí, no es sino, finalmente, un intento malogrado.
¿Cómo hacer “aparecer” lo que ya no existe, para recordarlo? Sugerentemente podríamos pensar que justamente el recuerdo sea ese aparecer de lo inexistente, pero reitero ¿cómo puede aparecer algo que dejó de existir? Claro, podrá decirse, “pero el olvido es la verdadera inexistencia”, y podríamos rebatir que mientras se tenga noción de un algo olvidado, es que no se ha olvidado efectivamente. Pero volvamos a los memoriales.
Nos parece ilustrador un extracto del discurso inaugural de una de estas instauraciones:
(…)es un intento de acercarse a la inmortalidad, es un téngase presente para que nunca más…
El olvido secreto, que impide aprender de nuestros errores, se combate con memoria pública y
con recordar, que no es otra cosa que volver a animar el corazón y reactivar el sentimiento.
Este memorial es eso. Es el dique contra el olvido. Es el nuevo trato de convivencia. Está
construido de memoria, de palabras, de historias, de personas, de familias, de dolor y
esperanza.
Somos porque recordamos lo que fuimos. No existe otra fórmula[7].
Pero es justamente allí donde se constata la imposibilidad, la irrecuperabilidad de la vivencia, del sentimiento, del aparecimiento de la presencia. El recurso se agota en su propio intento. No existe tal memoria que recupere, sino solo la instancia deformadora de la experiencia, la huella del abandono del ser ausente: la ficción del recuerdo.
Las políticas culturales recientes, en este sentido, apuntan a “recordar” el estado doloroso (la ilusión), la noción engañosa y apariencial de que es posible presentar algo a través de discursos (como el testimonio y el memorial), pero no cae en la cuenta de que tal operación no constituye sino, una operación de borramiento, de ilusión creativa, pues, como adelantamos recientemente, la memoria fundada en el lenguaje, constituye finalmente solo una ficción[8].
El presente desarrollo apunta no a criticar las políticas de emplazamiento y/o producciones memorialísticas (testimonios y memoriales), sino más bien a enfatizar el sustrato fictivo que subyace a dichos emplazamientos.


Bibliografía
1. Jara, René y Vidal, Hernán Testimonio y literatura.
Institute for the Study of Ideologies and Literature, Minneapolis 1986.

2. Richard, Nelly Políticas y Estéticas de la Memoria.
Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2000..

3. Ricoeur, Paul Texto, testimonio y narración;
traducción de Victoria Undurraga. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1983.

4. Rojo, Grínor Crítica del exilio : ensayos sobre literatura latinoamericana actual. Pehuén, Santiago, 1987.

5. Freud, Sigmund Obras completas.
Amorrortu Editores Buenos Aires, 1984.

6. Diccionario Real Academia de la Lengua Española, versión electrónica http://www.rae.es
7. Discurso Inauguración Memorial “Un Lugar para la Memoria” un recuerdo de Santiago Nattino, Manuel Guerrero Y José Manuel Parada. En: http://www.mop.cl/documentos/discursos/060329_Ministro_Bitran_Memorial_Nattino_Parada_Guerrero.pdf
[1] El entrecomillado se debe a un tema que pretende ser discutido más adelante, referido a cierta constatación de irrecuperabilidad del acto en sí, en cuanto a lenguaje y a todo intento de fijación incluso memorística.
[2] En la gran mayoría de los casos es posible observar que la interacción que establece el sujeto discursivo, se dispone de acuerdo a una denuncia fundamental, que a la vez es representativa de la problemática del emisor extratextual (por ejemplo: el autor implicado), individual (víctima de tortura o violaciones a los derechos humanos) y colectivo (el Chile de la historia no oficial), que a su vez busca el juicio y la sanción moral de las atrocidades denunciadas.

[3] En cuanto a que “otros” (lectores, chilenos especialmente) sean capaces de conmoverse con la experiencia relatada.
[4] Ya lo mencionábamos en el comienzo.
[5] A riesgo de ser reiterativos diremos que las imágenes de la experiencia son distorsionadas en la operación correlativa de la “transcripción” lingüística, es decir que, la memoria (en tanto fundada en el lenguaje) no es sino una deformación de la experiencia.

[6] Muchos de los memoriales son dedicados a personas, generalmente, detenidas y desaparecidas.
[7] Inauguración memorial “Un Lugar para la Memoria” un recuerdo de Santiago Nattino, Manuel Guerrero Y José Manuel Parada. En: http://www.mop.cl/documentos/discursos/060329_Ministro_Bitran_Memorial_Nattino_Parada_Guerrero.pdf
[8] En coincidencia con esto la formulación psicoanálitica freudiana acude de buen modo en auxilio a lo antes señalado: que el sujeto se constituye como criatura humana solo gracias a su capacidad archivística (mneme), todo se conserva en la conciencia de dicho sujeto, sin embargo, la actualización de aquello conservado-recordado, se manifiesta imposible toda vez que intentemos llegar al recuerdo en tanto experiencia; para Freíd, la actualización de lo archivado (anámnesis) comparece siempre como elaboración deformante, o como actualización inconciente (síntoma).

21 julio, 2007

"Dorando la Píldora" de Ariel Dorfman.

Ariel Dorfman, pertenece a la generación del denominado “post-boom” aunque la mayoría de los escritores reniega de tal designación, porque aludiría directamente a un movimiento anterior, y principalmente porque tendría connotaciones fuertemente comerciales, ligadas al éxito editorial, etc.
Términos como “Generación Novísima” o explícitamente “Generación del Golpe” logran aproximarse de modo sustancial a las principales características que agrupan a los diferentes novelistas de la época, contextualizados por la violencia y frustración ante el fracaso del proyecto democratizador; entre dichas características, cabe destacar una cierta desestabilización desde una idea de sociedad, de comunidad a un brusco cambio centralizado en el individualismo y el “miedo al otro” imperante.
Este grupo de escritores se distingue en dos vertientes principales: por un lado están los que escriben posteriormente al golpe militar desde el mismo Chile, y, por otro lado, están los que publican sus textos desde el exilio. Estos últimos constituyen sin duda la crítica más ácida y explicita al régimen militar, esto debido a razones que podrían parecer obvias pero no está de más referirlas: por la distancia territorial y política con la que observan el fenómeno acontecido en el país, se autorizan para denunciar y, dicho sea de paso, se requiere (incluso internacionalmente) su propio testimonio sobre lo acontecido.
Este último es el caso de Dorfman, sobre quien solo indicaremos que fue asesor cultural del gobierno de Salvador Allende, lo que le costó la salida del país al instaurarse la dictadura militar en Chile, para, posteriormente, radicarse en Francia, desde donde genera sus primeros escritos con carácter de denuncia y testimonio.
La colección de cuentos breves Dorando la Píldora de Ariel Dorfman, sitúa al lector en el período que comprende la dictadura militar en Chile, fundamentalmente en los primeros años de la década de los ’70. Los relatos recorren distintas situaciones vinculadas entre sí por el dominio de un temple temeroso y violento característico de la época en la que se desarrollan las diferentes historias.
Las historias son narradas principalmente por sus propios personajes, recurriendo alternadamente a la estrategia narrativa de la corriente de la conciencia y al estilo indirecto libre para el desarrollo de los acontecimientos.
Fundamentalmente llama la atención la destreza con la que Dorfman logra referir, a partir de hechos particulares y cotidianos, grandes tópicos pertenecientes a la historia no oficial de la época, es decir, cómo sus breves cuentos logran referir amplios pasajes del acontecer de esos años.
Es así como al avanzar en la lectura, se nos introduce en parte del imaginario colectivo que ronda como un espectro a partir de los años terroríficos que significaron, para muchos, la dictadura pinochetista. Sin embargo, para nosotros, como lectores chilenos, dichas referencias multiplican el nivel de afectación, básicamente, debido a que crecimos, como generación, bajo el influjo de la desconfianza y el miedo de nuestros padres.
Justamente el miedo funciona como hilo conductor entre los 11 cuentos, podría decirse incluso que es “él” (como el temple espectral, personificado) quién nos conduce por cada relato.
Un mensaje a nombre del autor inaugura el texto, se trata de Acerca de las razones que demoraron el desembarco de estos cuentos, las que ya dan cuenta de algunos de los rasgos mencionados anteriormente, y enmarcan y orientan la lectura consiguiente. A partir de dicha introducción podemos observar, por ejemplo (y de manera concordante con lo que ocurrirá con el resto del texto), que Dorando la Píldora está dirigida a un público chileno, con el cual, el autor implicado, comparte una historia común, un lugar común, pero no a cualquier chileno, sino al chileno que ha sufrido la misma parte de la historia que él ha sufrido o escuchado.
De este modo, desde las primeras páginas del texto citado, se puede vislumbrar el carácter de “novela testimonial”, designación que, a riesgo de parecer ambigua, se presenta como adecuada, fundamentalmente, al conformar sentido en tanto que como voz narrativa individual, enuncia en su discurso parte importante del sentir testimonial colectivo, evocando, entonces, a la comunidad. Esto último además, porque, implícitamente, trata de apelar a un público al que le tocará juzgar los hechos cometidos. Además, en esta primera parte, se alude a la propia condición de exilio en el que se encuentra el escritor.
La colección de cuentos está compuesta por: Lector, Consultorio Sentimental, Asesoría, Nothing Nada, Comarca Registrada, Travesía, Feliz Aniversario, Titán, Y Qué Oficio le Pondremos, Dorando la Píldora, y Despidiendo a John Wayne. Entre los cuales, algunas de las temáticas que transitan son: el problema para publicar y el control editorial sobre la imprenta; los problemas sentimentales ingenuos, la consejería de la columna de un diario, los matices políticos de dicho embrollo amoroso, la desconfianza fundamental; el tema central de la tortura, la dicotomía víctima/ victimario, la irónica inversión de los roles sociales jerárquicos; el marketing asociado al régimen militar metaforizando a su vez la función de control sobre el país, etc.
Con la intención de profundizar más en el texto, nos abocaremos, a continuación, a revisar las directrices centrales del relato breve Nothing Nada,
A partir del título “Nothing Nada”, nos enfrentamos a un lenguaje interferido, contaminado por una lengua extranjera, el inglés. El emisor de peculiar discurso (podemos identificarlo por sus modos y recurrencias apelativas) sería un vendedor o más específicamente, el anfitrión de una tienda que promueve la adquisición de los productos en venta. Los productos destacan por estar en plena “liquidación”: Estamos liquidando todos los días, las veinticuatro horas del día ¿Incredible? Sí, incredible[1]. Lo que a o largo del texto conducirá al lector a la comprensión de que no se habla explícitamente de una liquidación de tipo comercial, sino más bien de un uso irónico del lenguaje figurado. Para esto se hace uso estratégico de la polisemia de la palabra[2] en dos de sus distintas acepciones.
Por otro parte, nos encontramos con lemas publicitarios como la family que compra unida, ilustres visitors, permanece unida[3], fórmula, sin embargo, que pone de manifiesto el propósito de conducción sobre el deseo del oyente de dicho discurso, incitar a que la familia se reúna en el consumo. Detenerse en esto no resulta antojadizo a la luz de la referencia a las férreas críticas del autor real a los medios que propugnan tendencias de tipo capitalistas, justamente como la aludida en este cuento, que podríamos identificar con una gran tienda comercial. Además, lo ofrecido por este promotor se encuentra en vitrinas, lo que concreta el carácter exhibitivo de la mercancía. Y a su vez, los apelativos ilustres visitors, respectable público, le otorgan distinción a sus oyentes por el solo hecho de ser compradores.
Sin embargo, la temática central de este breve relato, es el acto de tortura. El “promotor” presenta un object misterioso, sobre el cual se realiza un gran espectáculo, primero se juega un concurso que consiste en adivinar el carácter esencial de dicho object
Pueden ustedes identificar el objet? ¿pueden ustedes especificar su edad, su sex? ¿Hombre, mujer, boy, girl, profesión? Cabello, sí ¿pero de qué color, de cuál consistencia? ¿Religión? ¿Tipo de inmueble que ocupa? ¿Nationality? ¿Hábitos alimentarios?[4].

Cuestionamientos que nos van indicando, paulatinamente, que se trata de una persona, pero a la vez dichos cuestionamientos van sugiriendo la idea de que aquel object exhibido, se encuentra irreconocible.
Más adelante: Podrán notar que el object está en cuclillas, un poco arrodillado. Descripciones que solo van complementando la visión de la víctima de la tortura.
Aquí tomo el object misterioso en esta mano. Y en esta otra, un utensilio de cocina comúnmente conocido por el name de máquina de moler carne. Paso el object mysterioso por la máquina de denominada de moler carne. Vean ustedes el result: cortado en pedacitos tan little que ustedes supondrán que no hay ninguna posibilidad de volver a unirlos. (…) el object mysterioso ha desaparecido. Pero pongan attention. Ahora vaciamos el contenido de la coctelera en esta bolsa mágica. Agregamos –tomen nota de la receta, señoras, queridas ladies- agregamos una pizca de nuestro producto exclusivo, ORDONEX, solo una pizca, la goma que arregla todo caos, (…) el object misterioso sale enterito, tal como estaba al principio. Más ordenado, más obediente, digamos, pero básicamente idéntico.

La tortura se presenta como espectáculo, entre un concurso y una receta de cocina, esto develaría el carácter de deshumanización necesaria (y seguramente cierta) en un “ser humano” para torturar a otro “ser humano”, es decir, delata la macabra distancia “estética” que subyace la mirada del victimario contemplando a su víctima.
Por último, la referencia al elemento mágico ORDONEX, nos estaría indicando aquel principio rector y vanagloriado de orden, que pretende justificarse ante su contrario: el desorden, el caos. El orden, propio de todo régimen autoritario, principalmente de tipo fascista, se erige como fundamento de la salvación, ante la perdición humana, se hace “necesario” instalar el orden (doblegando incluso cualquier valor humano) para instaurar la paz, la tranquilidad, el supuesto reestablecimiento que resguarda la ansiada calidad de vida y la felicidad.
Bibliografía.

1. Dorfman, Ariel - Dorando la Píldora. Ed.Del Ornitorrinco, Santiago de Chile, 1985.
- Sin Ir Más Lejos. 1a. ed. Pehuén : Ceneca, Santiago, 1986.

2. Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Edición electrónica:
http:!!www.rae.es.
[1]Dorfman, Ariel Nothing Nada En: Dorando la Píldora, Ed.Del Ornitorrinco, Santiago de Chile, 1985 p.61
[2] liquidar.(De líquido).1. tr. Hacer líquido algo sólido o gaseoso. U. t. c. prnl.2. tr. Hacer el ajuste formal de una cuenta.3. tr. Saldar, pagar enteramente una cuenta.4. tr. Poner término a algo o a un estado de cosas.
5. tr. Gastar totalmente algo, especialmente dinero, en poco tiempo. Liquidó su hacienda en unos meses 6. tr. Desistir de un negocio o de un empeño.7. tr. Romper o dar por terminadas las relaciones personales. Fulano era mi amigo, pero ya liquidé con él 8. tr. vulg. Desembarazarse de alguien, matándolo.9. tr. vulg. Acabar con algo, suprimirlo o hacerlo desaparecer.10. tr. Com. Dicho de una casa de comercio: Hacer ajuste final de cuentas para cesar en el negocio.11. tr. Com. Vender mercancías en liquidación.12. tr. Der. Determinar en dinero el importe de una deuda. Diccionario de la Real Academia Española, En versión electrónica http://www.rae.es

[3] Dorfman Op. Cit
[4] Op. Cit

Ejercicio Letrado en Latinoamérica.

El ejercicio letrado en Latinoamérica desde sus orígenes se constituye en una situación, por decirlo menos, incómoda, impropia. La letra nos llega a este lado del mundo con la violencia característica de la imposición. Nuestro continente se tiñe de sangre y, a la vez, se empapa de signos que lo consideran extraño. Lo indómito intenta ser subyugado en la trascripción de las primeras relaciones españolas que dan cuenta de un territorio maravilloso, y lo “nunca antes visto” pretende ser develado bajo la premisa de lo otro, lo extraño.
Los parámetros occidentales[1] no alcanzan a dar cuenta de aquello nuevo “descubierto”, no hay palabra para “decir” lo presenciado, y ante lo abismal de tal imposibilidad los primeros relatos despliegan la imaginación al extremo de configurar parajes fantásticos que hacen un recorrido desde lo angelical a lo bestial, desde lo paradisíaco a lo demoníaco.
Los primeros registros escriturales generados en Latinoamérica, se erigen en la impostura, es decir, surgen de un discurso deformado que se precia de ser auténtico y fiel al pensamiento que despliega. Esta condición forzada en la que se encuentra como discurso manipulado, impuro, cuya característica diferencial es la dicotomía no correspondiente entre lo que podríamos llamar “ideologema nativo” e “ideologema cultural”, con el primero intento referir a aquel imaginario cuya gran parte de su especificidad se funda en el carácter oral y vivencial de su discurso, en contraposición a la segunda mención centrada en determinado desarrollo cultural cuyo discurso se sustenta en lo simbólico[2], en la letra. Justamente es este carácter simbólico el que conforma una conciencia escindida del acontecer concreto, una suerte de desconocimiento de la realidad circundante del sujeto, acontecer que, dicho sea de paso, constituía un factor primordial para los primeros habitantes del territorio “americano”.
Cabe destacar que, como hecho significativo del proceso mencionado, la lengua indígena sobrevivirá como sustrato cultural, consecuentemente, en progresivo desaparecimiento, mientras que el imaginario simbólico extranjero, implantado como poderoso superestrato, principalmente a través del lenguaje, será influenciado a su vez y modificado fuertemente por el sustrato al cual ha dominado. Si bien la cultura hegemónica del imperio español ejerció fuerte influencia y arrancó gran parte de la cultura nativa, esta última no se ha extinguido totalmente, sino que ha pasado a conformar parte de la mixtura indisoluble de la experiencia cultural mestiza. El hombre americano se configura como un individuo bifronte, Pues, si bien por un lado necesita rescatar y dignificar su origen indígena suplantado con la llegada de los españoles a su territorio, por otro lado, no puede negar su tradición occidental, pues, su conciencia propiamente tal, es resultado de la “mezcla” entre estos dos ámbitos.
Ante tal realidad que se vuelve paulatinamente heterogénea, (siglos más tarde) surge la necesidad imperiosa por desentrañar aquello “propiamente latinoamericano”, sin embargo, dicha empresa es dirigida (y no podría ser de otra manera) por símbolos inmigrantes, y más bien, invasores, pues logran apoderarse del espacio -denominado a partir de los mismos como “latinoamericano”, dicha operación se lleva a cabo al punto de que hasta el ejercicio crítico concebido más alejadamente de tal nivel simbólico imperante, será “restringido y subyugado[3]” por este al momento mismo de arribar el discurso en tanto tal: como aparato comunicante de sentido -dicho discurso- se encuentra intervenido.
Es así como la reflexión crítica surge en la inflexión de un profundo conflicto interno, en la natural búsqueda del equilibrio, entre “lo mismo y lo otro” que forma parte de la experiencia cotidiana, compuesta por una sociedad absolutamente ambivalente, heterogénea, confusa en su integridad.
La noción de tener “dos orígenes” configura el problema básico identitario, disyuntiva que funciona como matriz de sentido de las más variadas problemáticas y reflexiones críticas, tales como la recién mencionada tensión incierta sobre el origen, como del rol del intelectual que requiere interpretar el presente y futuro inmediato a partir de su propio conflicto filial, donde la raíz genérica hasta nuestros días no conseguirá ser “pura”, sino “puramente mestiza”. La diferencia específica entonces, se encontraría, básicamente, –según la formulación de Cornejo Polar- en la heterogeneidad, constituida por un doble estatuto sociocultural[4], que “subsiste, pues, sea que se acepte la existencia de dos estructuras distintas, sea que, aceptando solo una, se distinga dentro de ella un polo hegemónico y otro dependiente”[5].
Uno de las posiciones intelectuales críticas al respecto, consideran como camino recurrente el rechazo a todo elemento considerado extranjero, occidental, pues evalúan tales elementos con valores negativos, partiendo principalmente de la premisa inicial que comentábamos antes: América fue profanada por Europa. Y los pasos a seguir, posteriores al rechazo inicial, serán la constante lucha y rescate de lo más propiamente americano, asunto que también fue comentado brevemente antes, principalmente en relación a que tal postura cae irremediablemente en un parcial fracaso, puesto que el instrumento básico de poder –el lenguaje- ha sido conquistado, y en cierto modo potencialmente arrebatado de las manos indígenas. Este camino es el que desarrolla, por ejemplo, el indigenismo[6].
Un segundo camino a recorrer postula como directriz fundamental la búsqueda de lo auténtico, al costo de no considerar necesariamente el lugar de procedencia de dicha autenticidad, lo que se observará, por ejemplo, en el afán generalizado de ciertos grupos intelectuales –principalmente en corrientes literarias y filosóficas- de fijar la mirada en la sabiduría y experiencia del Viejo Mundo, para que la “copia”, la reproducción sea, dentro de lo posible, lo más fiel al modelo original. Sin ir más lejos, pensemos en ciertas corrientes que se dijeron clasicistas, románticas, en la propia literatura.
Sin embargo, principalmente en los últimos años, ambas posiciones han ido decantando y des-radicalizando criterios, y el resultado ha sido, a grandes rasgos, una tercera forma de ver el problema, un cambio de perspectiva que desemboca en que, lejos de señalar la “heterogeneidad originaria” con caracteres negativos, se ha dado paso a considerarla, justamente, como el rasgo diferencial y propio que tanto se ha buscado[7]. Es decir, mientras unos rechazaban la mixtura constitutiva desde distintas perspectivas –afán americanista o europeizante- otros dirigían sus pasos por el camino del conciliamiento, que podríamos considerar como una tercera postura al respecto, postura que encuentra su centro autónomo en tanto el “mestizaje” latinoamericano constituiría lo autónomo y diferencial específico.
No obstante, sea cual sea la postura predominante, históricamente ciertos sectores han quedado relegados de tales discusiones. Se ha intentado esbozar la idea de la cultura letrada como el espacio desde donde se ejerce el poder, ya sea a nivel lógico intelectual, como en el caso de la literatura, o en los acontecimientos más bien políticos ligados a ciertos orígenes en tiempos conquista. Sin embargo, existen importantes sectores cuyas manifestaciones quedan fuera de las posiciones anteriormente expuestas.
Al parecer es relativamente claro el hecho de que al insertarse la letra en el continente, como símbolo de cultura y civilización, en tanto poder, establece como rasgo inherente cierta jerarquía, en una síntesis muy básica: diferencia entre quienes “dominan la letra” (señores) y quienes son dominados por ella (servidores o esclavos).
Los que ejercen el poder[8] (letrados) lo hacen sobre grandes masas iletradas, las que, al no poseer el bien cultural de la sabiduría simbólica, deben servir y aceptar lo ordenado por el rango superior. Es así como de un orden lógico (bien simbólico), la letra pasa a dominar un campo político concreto (bien económico).
Dentro del grupo de los excluidos de los bienes culturales y económicos, se encuentran en un número importantísimo, por ejemplo, las mujeres, en tanto se ubican en el margen de la cultura, de la política y lo economía, cuya situación revisamos a continuación. Sumado a esto, el factor genérico las relega definitivamente (por muchos siglos) a un espacio fuera de todo orden: el silencio.
En este espacio, justamente, el conflicto se acentúa constituyendo una tensión constante entre las voces que configuran este mundo y el deseo de un nuevo posicionamiento ideológico-social de la mujer. La voz, generada en la usurpación del discurso, se configura, generalmente, entre la experiencia sensible, el anhelo de la vida y la mediación de la jerarquía impuesta.
En este escenario excluyente, ¿Cómo puede el espacio femenino ajustarse a una sociedad, y más ampliamente a un mundo, que le exige la síntesis racional y el anulación de la experiencia sensible y concreta de su ser subjetivo?
Es por esto que la relación de la mujer y el ejercicio letrado está lejos de ser una relación pacífica, resuelta, sino que, por el contrario, constituye un aspecto en constante tensión y en perpetuo movimiento. No es una relación estática, sino más bien, un cuestionamiento dinámico, que permite una reflexión profunda en cuanto a los alcances y limitaciones que tiene el lenguaje a nivel cognoscitivo, expresivo, semántico y representativo: lenguaje en tanto poder.
Otra particularidad interesante en esta relación entre mujer, lenguaje y escritura, es la idea lúcida de la imposibilidad de expresión autónoma femenina. Si bien, todo diálogo intersubjetivo estará mediado por el lenguaje, el conflicto se define en términos de que si las ideas se estructuran en torno al lenguaje, es este quien las ordena y da principio a su existencia, y el lenguaje como tal (como principio ordenador) ha sido concebido y tradicionalmente perpetuado en términos falogocéntricos, por lo tanto, masculinos. Entonces, si toda idea es finalmente lenguaje, toda idea “traducida” en lenguaje será masculinizada (operación de dominación análoga al indigenismo referido en los primeros párrafos).
Quien habla, en tanto mujer, entra incluso en conflicto consigo misma, pues no consigue la estructura capaz de dar forma legítima a sus pensamientos; lo femenino no encuentra correspondiente en el sistema representativo de la lengua, por lo que no podrá manifestarse a través de tal sistema que le es impropio, y más aún, que la constituye como ajena.
Dentro de este mismo orden de cosas,
la identidad del hombre de Occidente es, también, el dique contra un cierto tipo de dialogismo, el genérico-sexual, ya que todo viaje de ida y vuelta solo se puede hacer dentro de los límites cercados por el Orden Simbólico patriarcal: no pasar la barrera del continente oscuro, innombrable, por cuanto no ha sido aún “conquistado”. En el ámbito de los géneros-sexuales, el diálogo solo es permitido bajo el sello de la conquista, la subordinación y el dominio. Corolario: el dialogismo es solo reservado para el otro-que-yo-soy, nunca para la-otra-que-estoy-siendo. [9]


Por lo tanto, si el ser latinoamericano puede ser considerado en torno a las exclusiones ejercidas sobre él, para pronto descubrir que el sentido de su especificad no pasa por apropiarse de aquello de lo que ha sido marginado, sino más bien por un recuperar y descubrir aquello que lo diferencia de lo hegemónico, así también, en el caso de la mujer latinoamericana la operación simbólica a realizar puede ser similar: concentrar sus esfuerzos no en luchar por la conquista de territorios “extranjeros” (por ejemplo masculinos), sino en la adquisición del conocimiento primario y fundamental para el consiguiente despliegue específico de su “ser mujer”, pues, sin duda los territorios conquistados hasta ahora llevan primeramente la impronta de dicha especificidad.
En síntesis, así como el ser crítico latinoamericano pudo apropiarse del discurso que lo “hacía” hablar, para subvertirlo y hablar con voz propia, así también es tarea de la mujer, subvertir el dominio tradicionalmente masculino del ejercicio letrado, para generar así su propio discurso, pues recordemos que, justamente la mirada crítica sobre la situación vigente, constituye el germen de toda rebeldía.


Bibliografía:

1. Rama, Angel La Ciudad Letrada, Tajamar Ediciones.
(Fotocopia sin información detallada).
2. Cornejo Polar, Antonio El Indigenismo y las Literaturas Heterogéneas, Su Doble Estatuto Cultural. En: Sobre Literatura y Crítica Latinoamericanas. Caracas. Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 1982.
3. Oyarzún, Kemy Género y Etnia: Acerca del Dialogismo en América Latina. En: Revista Chilena de Literatura Nº 41, abril, 1992.
Fuentes Electrónica:
1. http://www.rae.es Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.


[1] Efectivamente, con Cortés encontramos los primeros signos de la decisión de la occidentalización de América, desde que este, como modelo del conquistador, se plantea en la superioridad frente al indígena, y no solo al indígena como individuo sino a toda la humanidad detrás de él. El conquistador, al reconocerse como tal, ya no como descubridor, ni expedicionario, se sitúa en el plano del poder, del derecho que prácticamente se auto- confiere en la relevancia de sus expectativas y la consecuente subyugación de los intereses del otro.

[2] El distanciamiento entre el acontecer concreto y las ideas, se genera en Occidente y, posteriormente, es transplantado también a América. Observa Angel Rama, citando a Foucault: (dicho distanciamiento) corresponde a ese momento crucial de la cultura de Occidente en que (…) las palabras comenzaron a separarse de las cosas y la triádica conjunción de unas y otras a través de la coyuntura cedió al binarismo de la Logique de Port Royal que teorizaría la independencia del orden de los signos. Las ciudades, las sociedades que las habitarán, los letrados que las explicarán, se fundan y desarrollan en el mismo tiempo en que el signo “deja de ser una figura del mundo, deja de estar ligado por lazos sólidos y secretos de la semejanza o de la afinidad a lo que marca”, empieza “a significar dentro del interior del conocimiento”, y “de él tomará su certidumbre o probabilidad”. Rama, Angel La Ciudad Letrada, Tajamar Editores, p.38.
[3] Términos según cierta perspectiva, revisada más adelante, que considera negativo cualquier elemento extranjero, ajeno al “ser” latinoamericano.
[4] Véase en detalle: Cornejo Polar, Antonio El Indigenismo y las Literaturas Heterogéneas, Su Doble Estatuto Cultural. En: Sobre Literatura y Crítica Latinoamericanas. Caracas. Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 1982.
[5] Ïdem.
[6] También dentro de esta perspectiva podría encontrarse cierta línea crítica fuertemente feminista.
[7] Sobre un tipo específico de esta perspectiva nos detendremos más adelante, refiriéndose principalmente a ciertas literaturas latinoamericanas “femeninas”.
[8] Referido al poder simbólico y político.
[9] Oyarzún, Kemy Género y Etnia: Acerca del Dialogismo en América Latina. En: Revista Chilena de Literatura Nº 41, abril, 1992.