30 julio, 2007

De Miedo y Memoria



De Miedo y Memoria
(Aproximación a Ciertas Inscripciones Discursivas en Chile):

Términos como “Generación Novísima” o explícitamente “Generación del Golpe” logran aproximarse de modo sustancial a las características que agrupan a distintos novelistas y escritores emergentes, cuyo repertorio escritural se instala en el periodo que abarca entre los años 1973 y 1989 en Chile, fundamentalmente.
Los escritores de la época, asisten al fin de las grandes utopías modernas (años 60 aproximadamente) y se enfrentan al fracaso de proyectos democratizadores en Latinoamérica y particularmente en Chile, siendo a su vez (re)contextualizados por la violencia y frustración que se emplaza posterior al derrocamiento de dicho proyecto, junto a la usurpación del Gobierno chileno a manos de las fuerzas militares, y el consiguiente establecimiento de un régimen autoritario fascista.
Este grupo de escritores se distingue en dos vertientes principales: por un lado están los que escriben, posteriormente al golpe militar, desde el mismo Chile, y, por otro lado, están los que publican sus textos desde el exilio. Estos últimos constituyen sin duda la crítica más ácida y explicita al régimen, debido a razones que bien podrían parecer obvias pero que, sin embargo, no estará de más referirlas acá: por la distancia territorial y política con la que observan el fenómeno acontecido en el país, se autorizan para denunciar, pues incluso tales declaraciones, sobre lo acontecido en Chile, abren un espacio de recepción en ciertos ámbitos internacionales.
La situación de violencia y de disolución (y desilusión) del sueño colectivo, trajo consigo implicancias en la población chilena, las cuales acarrean sus consecuencias incluso hasta nuestros días; entre ellas, cabe mencionar una de las más importantes a nivel de relaciones humanas: la desestabilización de la idea de sociedad, de comunidad, a un brusco cambio centralizado en el individualismo y el “miedo al otro” imperante. Si extrapolamos un poco lo sucedido entonces y lo que sucede actualmente, nos encontramos con que, esta condición individualista, a su vez solo reitera y sustenta cierto afán egoísta y competitivo impulsado también por el modelo capitalista o neoliberalista imperante, lo que deviene en la gran crisis colectiva y comunitaria a la cual asistimos hoy.
A partir de los años mencionados, y con el desgaste y disgregación paulatina de la noción esencial de colectividad, ronda como un espectro maléfico el gran fantasma del miedo (actor y herramienta fundamental del accionar del régimen), instalándose como tal (como fantasma) en todo lugar existente, inclusive en los menos esperados: se apodera de las sombras, de los espacios abiertos, emerge al interior de los círculos que alguna vez pudieron parecer impenetrables, al interior de la familias, en los trabajos, en las poblaciones, entre los vecinos más cercanos; es “él” en cuanto llega a personificarse, quien manipula los distintos registros, modera los diálogos, rige los negocios, modula los discursos, templa hasta los movimientos más íntimos en todo tipo de relaciones interpersonales.
Es más, lo anterior basta solo observarlo en lo que sucedió con muchos de “nosotros los de ahora”: nacimos en dictadura, abrimos los ojos al mundo a través del miedo, por lo tanto, unos de nuestros prismas primordiales ha sido justamente ese enfermizo miedo. Y es así como nos paramos ante la vida, ante el mundo y ante la lectura, porqué no decirlo: todo accionar que vaya más allá de nosotros mismos nos aterra, nos paraliza, lo mismo ocurre en el enfrentamiento con la literatura, esta nos paraliza en su postura radical de orden y autoridad “autorizada”.
Pero volvamos a los escritores.
¿Qué ocurrió con las inscripciones que se propusieron “al margen”?, ¿qué ocurrió con aquellos discursos que emergieron expulsando el terrorífico miedo paralizante, autorizándose a sí mismos y erigiéndose en el “fuera de”? Pues bien, muchas de ellas constituyen lo que hoy podríamos llamar la historia no-oficial, que increpa a la historia erigida como “histórica” oficial (valga la redundancia).
En diferentes producciones de la época (no diremos “publicaciones” ya que muchos de los textos no llegaron a ser publicados sino hasta muchos años más tarde) podemos “recapturar[1]” ese cierto espíritu violento, manipulador del imaginario colectivo, a raíz de lo que significaron, para muchos, los años terroríficos posteriores al Golpe militar y la dictadura pinochetista. Para nosotros, lectores chilenos, tales referencias son directas y multiplican su nivel de afectación, básicamente, debido a lo mencionado antes que, como generación, crecimos bajo el influjo de la desconfianza y el miedo heredado de nuestros padres.
Pues bien, a continuación, intentaremos centrarnos en el reconocimiento de ciertas características esenciales de este tipo de discurso, principalmente nos abocaremos a observar, por constituir un género propio de la época, la fructífera vertiente del testimonio, para, posteriormente, extrapolar dichas observaciones a un ámbito cultural más amplio a nivel de discurso, como son las políticas culturales y ciertas inscripciones simbólicas proliferantes en los últimos años, que intentan aludir básicamente a la “memoria colectiva chilena”.
El estudio de los discursos testimoniales en Chile, constituye un área más bien reciente, y en este sentido actual. Ya que incluso aún en los últimos años se sigue asistiendo al florecimiento de discursos testimoniales, la gran mayoría de ellos, con características de tipo forense[2], es decir, que son explícita o implícitamente dirigidos a un público, quien es persuadido a juzgar los hechos relatados, hechos que a su vez pertenecen a un tiempo anterior al del enunciado.
Sin embargo, tales investigaciones han surgido, mayoritariamente, desde espacios académicos y políticos, principalmente centrados en las ciencias sociales (sociología, antropología), mientras que, desde el área literaria, al parecer, las investigaciones han sido más bien escasas, lo que podría entenderse por el problema inicial que se presenta al aproximarse a este tipo de discursos.
La novela testimonial surge a partir de fenómenos históricos que desencadenan cierta necesidad de registro, que encuentra, entre distintas posibilidades, adecuada manifestación y asentamiento en la escritura.
En tanto literatura, constituye un género conflictivo en el sentido en que escapa a tipologías tradicionales bien delimitadas: emerge de la fisura entre fantasía e historia, para constituirse, en tanto discurso, en la ficción. Sin embargo, su carácter ficcional resulta problemático por el hecho de estar fuertemente sustentado en una matriz de sentido que acontece en la realidad histórica.
En cuanto a su raíz testimonial, pretende dar cuenta de un estado de cosas que desde una visión particular representa a toda una colectividad, de la cual, a través de su enunciado, busca ser portavoz capaz de denunciar las condiciones detonadas por el factor histórico antes mencionado.
Como se mencionó anteriormente, en Chile, la proliferación de la novela testimonial surge, principalmente, a partir de los hechos históricos del Golpe y la Dictadura Militar acontecidos desde septiembre de 1973. Ante la violencia y las cuantiosas violaciones a los derechos humanos en la época, surgen, desde los más diversos ámbitos, el testimonio, la novela testimonial, el testimonio novelado, por nombrar algunos de los intentos por clasificar y caracterizar los distintos registros.
Los emisores de dichos discursos son también variados. No se trata solo de escritores especializados, sino también, la gran mayoría de los textos son producidos por autores anónimos, obreros, dueñas de casa, etc. Es decir, personas no necesariamente ligadas al mundo artístico o literario, sino más bien, muchas de ellas, cuyas vidas fueron trastocadas de tal forma por el fenómeno histórico que se enfrentan por primera vez a la necesidad de inscribir “su” propio registro en la historia. Estos estremecedores relatos, conforman aquel corpus escritural no admitido en el canon (habitan el espacio de lo no oficial), por emerger justamente desde cierto lugar de impropiedad, como se mencionó anteriormente, lugar de desautorización, en tanto surge al margen de la autoridad y lo autorizado.
Aunque la gran mayoría de los intentos apuntan a “revivir[3]” lo acontecido, a denunciar para terminar con la impunidad de los hechos y sus actores, se interpone un necesario distanciamiento entre “la obra” y el suceso que intenta nombrar.
Por su naturaleza discursiva, como todo registro mnemónico, el testimonio constituye una distorsión del acontecimiento, en cuanto a que el “aquí y ahora” que caracteriza al suceder, en la inscripción desaparece. El acto se distancia del acontecimiento relatado, pues al devenir relato adopta las “deformaciones” propias del discurso (linealidad, fijación en la secuencia causa-efecto, verbalización, etc.), y en sí constata la irrecuperabilidad[4] de la realización que pretende mentar.
Es decir que, la inscripción del acontecimiento histórico en el lenguaje y, fundamentalmente en la escritura, se constituye en la imposibilidad de nombrar en sí mismo dicho acontecer, pues, esencialmente un algo primordial de ese acontecimiento se niega a ser representado, y solo se permite acercar al receptor o lector a tal noción de imposibilidad a través de la inclusión de ciertos intersticios sugerentes (espacios vaciados de sentido y, por lo tanto, potencialmente generadores de sentido), en ciertos matices implícitos, ciertos vuelcos del lenguaje que pretenden llegar al lugar de la realización, pero que, en tanto lenguaje, siempre llegarán “retrasados” a la aprehensión de la cosa misma[5].
Lo anterior tendría directa relación con ciertas operaciones culturales “rememorativas” que solo constatarían la “borradura” de dicha experiencia, la huella de su ausencia.
Pensemos, por ejemplo, en los llamados “memoriales” que actualmente se presentan con supuestos rasgos de reivindicación, y se erigen con una función central: el recurrente y manoseado término “para no olvidar”, lo que podríamos homologar con un intento por recordar y traer a “presencia” aquello vigente en un pasado perdido (como todo pasado), sin embargo, tal intento de presentación y aparecimiento del suceso o la persona[6] en sí, no es sino, finalmente, un intento malogrado.
¿Cómo hacer “aparecer” lo que ya no existe, para recordarlo? Sugerentemente podríamos pensar que justamente el recuerdo sea ese aparecer de lo inexistente, pero reitero ¿cómo puede aparecer algo que dejó de existir? Claro, podrá decirse, “pero el olvido es la verdadera inexistencia”, y podríamos rebatir que mientras se tenga noción de un algo olvidado, es que no se ha olvidado efectivamente. Pero volvamos a los memoriales.
Nos parece ilustrador un extracto del discurso inaugural de una de estas instauraciones:
(…)es un intento de acercarse a la inmortalidad, es un téngase presente para que nunca más…
El olvido secreto, que impide aprender de nuestros errores, se combate con memoria pública y
con recordar, que no es otra cosa que volver a animar el corazón y reactivar el sentimiento.
Este memorial es eso. Es el dique contra el olvido. Es el nuevo trato de convivencia. Está
construido de memoria, de palabras, de historias, de personas, de familias, de dolor y
esperanza.
Somos porque recordamos lo que fuimos. No existe otra fórmula[7].
Pero es justamente allí donde se constata la imposibilidad, la irrecuperabilidad de la vivencia, del sentimiento, del aparecimiento de la presencia. El recurso se agota en su propio intento. No existe tal memoria que recupere, sino solo la instancia deformadora de la experiencia, la huella del abandono del ser ausente: la ficción del recuerdo.
Las políticas culturales recientes, en este sentido, apuntan a “recordar” el estado doloroso (la ilusión), la noción engañosa y apariencial de que es posible presentar algo a través de discursos (como el testimonio y el memorial), pero no cae en la cuenta de que tal operación no constituye sino, una operación de borramiento, de ilusión creativa, pues, como adelantamos recientemente, la memoria fundada en el lenguaje, constituye finalmente solo una ficción[8].
El presente desarrollo apunta no a criticar las políticas de emplazamiento y/o producciones memorialísticas (testimonios y memoriales), sino más bien a enfatizar el sustrato fictivo que subyace a dichos emplazamientos.


Bibliografía
1. Jara, René y Vidal, Hernán Testimonio y literatura.
Institute for the Study of Ideologies and Literature, Minneapolis 1986.

2. Richard, Nelly Políticas y Estéticas de la Memoria.
Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2000..

3. Ricoeur, Paul Texto, testimonio y narración;
traducción de Victoria Undurraga. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1983.

4. Rojo, Grínor Crítica del exilio : ensayos sobre literatura latinoamericana actual. Pehuén, Santiago, 1987.

5. Freud, Sigmund Obras completas.
Amorrortu Editores Buenos Aires, 1984.

6. Diccionario Real Academia de la Lengua Española, versión electrónica http://www.rae.es
7. Discurso Inauguración Memorial “Un Lugar para la Memoria” un recuerdo de Santiago Nattino, Manuel Guerrero Y José Manuel Parada. En: http://www.mop.cl/documentos/discursos/060329_Ministro_Bitran_Memorial_Nattino_Parada_Guerrero.pdf
[1] El entrecomillado se debe a un tema que pretende ser discutido más adelante, referido a cierta constatación de irrecuperabilidad del acto en sí, en cuanto a lenguaje y a todo intento de fijación incluso memorística.
[2] En la gran mayoría de los casos es posible observar que la interacción que establece el sujeto discursivo, se dispone de acuerdo a una denuncia fundamental, que a la vez es representativa de la problemática del emisor extratextual (por ejemplo: el autor implicado), individual (víctima de tortura o violaciones a los derechos humanos) y colectivo (el Chile de la historia no oficial), que a su vez busca el juicio y la sanción moral de las atrocidades denunciadas.

[3] En cuanto a que “otros” (lectores, chilenos especialmente) sean capaces de conmoverse con la experiencia relatada.
[4] Ya lo mencionábamos en el comienzo.
[5] A riesgo de ser reiterativos diremos que las imágenes de la experiencia son distorsionadas en la operación correlativa de la “transcripción” lingüística, es decir que, la memoria (en tanto fundada en el lenguaje) no es sino una deformación de la experiencia.

[6] Muchos de los memoriales son dedicados a personas, generalmente, detenidas y desaparecidas.
[7] Inauguración memorial “Un Lugar para la Memoria” un recuerdo de Santiago Nattino, Manuel Guerrero Y José Manuel Parada. En: http://www.mop.cl/documentos/discursos/060329_Ministro_Bitran_Memorial_Nattino_Parada_Guerrero.pdf
[8] En coincidencia con esto la formulación psicoanálitica freudiana acude de buen modo en auxilio a lo antes señalado: que el sujeto se constituye como criatura humana solo gracias a su capacidad archivística (mneme), todo se conserva en la conciencia de dicho sujeto, sin embargo, la actualización de aquello conservado-recordado, se manifiesta imposible toda vez que intentemos llegar al recuerdo en tanto experiencia; para Freíd, la actualización de lo archivado (anámnesis) comparece siempre como elaboración deformante, o como actualización inconciente (síntoma).

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